domingo, 6 de abril de 2008

Maldita Noche

Crónica acerca de la noche de los Bastones largos realizada en 2004 para la materia Taller de expresión I.

A 38 años de la noche de los bastones largos, aquí, un breve recorrido por aquella bisagra que significó un antes y un después en la historia de las Universidades argentinas.

Fue a las once de la noche del viernes 29 de julio de 1966. Los policías entraron a la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires, en la calle Perú 222. Tiraron la puerta abajo y comenzó la violencia jamás pensada por ningún miembro de la comunidad educativa.
Estaban preparados: entraron con bastones de madera, escudos y armas de fuego. Además, el operativo, dirigido por Mario Fonseca, contó con cinco carros de asalto, una autobomba y un centenar de agentes de la Guardia de Infantería.
-Soy el decano de la facultad- le gritó Rolando García a uno de los efectivos.
-¡Qué decano ni qué carajo! Vamos a limpiar a todos los comunistas y judíos que hay acá-.
En el patio central de la facultad habían armado hileras de gente con los brazos en alto y de cara a la pared. La humillación se completó con golpes, patadas, empujones y gritos brutales. La policía agredió a docentes y alumnos, a hombres y mujeres, sin distinción alguna. Heridos y atemorizados, los estudiantes y profesores fueron detenidos y trasladados a las comisarías de la zona, que se vieron colmadas. Esa misma madrugada, la mayoría de los docentes fueron liberados. El resto de las liberaciones se produjo en forma arbitraria, unos antes, otro después.

El placer de los dioses (y de los demonios)

El tímido mediodía de aquel viernes sorprende al flamante presidente inconstitucional, Juan Carlos Onganía en la casa de Gobierno.
-¿Está seguro, General?- Pregunta su secretario privado. El General, sin inmutarse, y mientras garabatea su firma en el decreto-ley 16.912 se excusa: -Esos zurditos me deben una. Van a saber que con nosotros no se jode.
Horas más tarde, el decreto que ponía fin a la autonomía universitaria conseguida en 1918 se hacía público. Se acabaría el gobierno tripartito y las autoridades de las universidades nacionales serían subordinadas al Ministerio de Educación. Ante tal avasallamiento, el rector de la U.B.A, Hilario Fernández Long rechazó ese nombramiento y sus asesores presentaron sus renuncias. Mientras, en las facultades se realizaron asambleas para determinar cuál sería el plan de acción.
En Exactas se decidió tomar el edificio de forma pacífica; pero esta actitud de no agresión representaría sólo una parte de los bandos. Lo cierto es que la violencia llegó de parte de la Guardia de Infantería que, obviamente, acataba órdenes. Órdenes de reprimir.
Como el fútbol, la vida da revancha, reza el dicho. Parece que en la noche de los bastones largos, a los militares se les fue la mano. Era una deuda pendiente: los estudiantes representaban un foco –sino el único- opositor al gobierno de facto que derrocó al presidente Illia.
Ya en 1965, al manifestarse abiertamente contra el envío de tropas argentinas a la isla de Santo Domingo, invadida por Estados Unidos, el movimiento estudiantil comenzó a convertirse en un problema para las fuerzas armadas, particularmente interesadas en complacer a los norteamericanos. Luego de varios actos convocados por distintas agrupaciones universitarias para tratar de impedir la participación del país en la intervención, y tras la muerte de un alumno en uno de ellos; la decisión del gobierno radical (el no envío de tropas a Santo Domingo) tranquilizó los ánimos estudiantiles y ofuscó a los militares.
En octubre de ese año, llegaría la gota que rebalsó el vaso para los militares. El acto por el 51° aniversario del fallecimiento del ex presidente Julio Roca fue el marco que eligieron los estudiantes para manifestarse, una vez más, contra las autoridades militares. Himno nacional. Entrada de la Bandera de Ceremonias. Discursos armados estructuralmente para la ocasión. Puro protocolo. De repente, el jefe de la Fuerza Aérea, Brigadier Carlos Conradi Armanini siente en su cabeza un golpe leve, pero conciso. La lluvia de monedas e insultos proveniente de la facultad de ciencias Exactas interrumpió el solemne discurso. Caían sobre los generales, funcionarios y ministros que presenciaban pasivamente el acto.
Y claro, estos hacen lo que quieren porque saben que no podemos entrar a la Universidad, pero ya se va a acabar-. Fueron las palabras del jefe de Policía, mientras quitaba una moneda de cincuenta centavos del cuello de su camisa.
Se empezaba a preparar la Operación Escarmiento, que tendría su punto máximo la triste noche de los violentos bastones largos.
Pero esa noche no fue sólo un cóctel de agresión y humillación a los universitarios. Esa noche marcó un punto de inflexión en la vida del país y de las universidades. Es inevitable el recuerdo de la época de oro de la U.B.A: todos añoran el período 1955-1966, en el que las cosas eran distintas. El capitán Piluso brillaba en la TV, que comenzaba a convertirse en un medio de comunicación popular. Los radioteatros, a su vez, seguían reuniendo a la familia alrededor del aparato radiofónico y la señora Legran almorzaba en su casa, y no por televisión. Era otro país, era otra la Universidad de Buenos Aires. Moderna, actualizada, conectada con el resto de los países más avanzados. En esa etapa se crearon carreras (en 1957, por ejemplo, Sociología y Psicología); se incrementaron los cargos de profesores full time y apareció –entre otros institutos de investigación- el CONICET. Los recursos, claro, eran otros: Gran parte del presupuesto nacional estaba dedicado a la educación universitaria.
La autonomía era uno de los valores incuestionados por los gobiernos de Frondizi y de Illia. Éste fue muy presionado durante el último año de su gobierno por los militares, que pretendían intervenir la Universidad. Finalmente, como suele suceder por estas latitudes, el Presidente constitucional Arturo Illia fue derrocado el 28 de junio de 1966 por una junta militar, que nombró ‘presidente’ al General Juan Carlos Onganía. Era el principio del fin para la autonomía universitaria y la calidad académica. Era un excelente momento para saldar las cuentas pendientes que la cúpula militar tenía con los estudiantes.

Mi U.B.A querida

Luego de la aberración sufrida la noche del 29 de julio de 1966, la
mayoría de los docentes –los mejor formados y los más capacitados- presentaron sus renuncias a las universidades nacionales.
Después de los golpes bajos que sufriría el país y particularmente la actividad universitaria, el retorno de la tan preciada democracia traería un poco de paz a las aulas.
Los salvajes ’80 llevarían vientos de cambio y la Universidad de Buenos Aires, poco a poco, como el ave Fénix, reiniciaría la búsqueda de aquella excelencia tan añorada.
Parece increíble que una noche decida, caprichosa, el destino de gran parte de un país y de su gente. No se valora lo que se tiene hasta que se lo pierde. Hoy, a 38 años de aquella bisagra en la historia nacional, los pasos firmes y acartonados de los borcegos militares siguen resonando en los pasillos de las facultades. Aquella excelencia no se recuperó, pero los innumerables esfuerzos de docentes y alumnos no dejan lugar para la resignación.

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